La idea de generar este espacio, surgió a partir de tener seis series con miradas muy distintas. En principio, decidimos separar las series en dos grandes grupos: las del registro nocturno (“La ciudad es de Nosferatu”) y las del registro diurno (“El arte de combinar los sonidos”). Definitivamente las series registran situaciones muy distintas pero, nos pareció pertinente este modo de agruparlas, teniendo en cuenta la situación urbana completamente distinta a la del registro del ejercicio del cuatrimestre pasado. Una continuidad entre el día y la noche, cuyas actividades, situaciones, ritmos, se contraponen sin dejar de complementarse.
En segundo lugar, el armado del espacio físico (o soporte de las series) como objetivo a realizarse en un determinado tiempo, lugar y con x cantidad de recursos, nos condiciona y a la vez nos desafía como grupo, afianzando las relaciones, otorgándonos carácter de equipo.
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Sobre la fotografía de Susan Sontag, un bocadillo!
“[…] La fotografía inevitablemente conlleva una determinada condescendencia a la realidad. De estar “allá afuera”, el mundo pasa a estar “dentro” de las fotografías. Nuestras cabezas se parecen cada vez más a esas cajas mágicas que Joseph Cornell llenaba de objetos pequeños e incongruentes cuyo origen era una Francia que nunca visitó. O a un conjunto de viejos fotogramas de películas, de las cuales Cornell reunió una vasta colección con el mismo espíritu surrealista: como reliquias evocadoras de la experiencia cinematográfica original, como medio de poseer una prenda de la belleza de los actores. Pero la relación de una fotografía fija con una película es intrínsecamente engañosa. No es igual citar una película que citar un libro. Mientras el tiempo de lectura de una libro depende del lector, el del visionado de una película está determinado por el realizador, y las imágenes se perciben con la rapidez o lentitud que permite el montaje. Así como una fotografía fija, que permite demorarnos como nos apetezca en un solo momento, contradice su forma, la cual es un proceso, un caudal en el tiempo. El mundo fotografiado entabla con el mundo real la misma relación, esencialmente inexacta, que las fotografías fijas con las películas. La vida no consiste en detalles significativos, iluminados con un destello, fijados para siempre. Las fotografías sí.
El atractivo de las fotografías, el señorío que ejercen en nosotros, consiste en que al mismo tiempo nos ofrecen una relación experta con el mundo y de una aceptación promiscua del mundo. Pues esta relación experta con el mundo, a causa de la revolución de la revuelta moderna contra las normas estéticas tradicionales, está profundamente afincada en la promoción de pautas de gusto kitsch. Si bien algunas fotografías, consideradas como objetos individuales, tienen el nervio y la apacible gravedad de las obras de arte importantes, la proliferación de fotografías es en última instancia una afirmación del kitsch. La mirada ultra dinámica de la fotografía complace al espectador, creándole una falsa sensación de ubicuidad, un falaz imperio sobre la experiencia. Los surrealistas, que aspiran a ser radicales de la cultura, y aun revolucionarios, a menudo han sido presa de la bienintencionada ilusión de que podrían ser, y en efecto deberían ser, marxistas. Pero el esteticismo surrealista está demasiado impregnado de ironía para ser compatible con la forma de moralismo más seductora del siglo XX. Marx reprochó a la filosofía que solo intentara comprender el mundo en vez de intentar transformarlo. Los fotógrafos, operando dentro de los términos de la sensibilidad surrealista, insinúan la vanidad de intentar siquiera comprender el mundo y en cambio nos proponen que lo coleccionemos.”
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